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martes, 7 de junio de 2011

El VIH ya no es más sentencia de muerte

Gerardo fue “desahuciado” hace 18 años; hoy sigue vivo
LOGRO. Gustavo Cabrera tomaba al principio cocteles de entre 14 y 15 pastillas diarias. Ahora hay tratamientos de sólo cuatro. (Foto: )
Martes 07 de junio de 2011 Ruth Rodríguez | El Universal


Tenía 22 años cuando prácticamente lo desahuciaron: le dijeron que tenía VIH-sida y que sólo le quedaban tres meses de vida. La pandemia tenía una década de haber llegado a México y era sinónimo de muerte. Han pasado 18 años desde entonces y Gerardo Cabrera sigue vivo.
Gerardo es director de la Red Mexicana de Personas que Viven con VIH-sida. Recuerda que en los primeros años, los enfermos de VIH estaban aislados en los hospitales, abandonados por sus familias y en condiciones desfavorables. En esa época, comenta, muchos se dejaron morir por el miedo, el estigma y la discriminación.
Con los primeros medicamentos antirretrovirales combinados, en 1996, que podían prolongar la esperanza de vida de las personas con VIH, el rostro de la enfermedad cambió, al pasar —dice— del binomio VIH-sida, igual a muerte; al de VIH-sida, igual a esperanza.
Activistas de organizaciones no gubernamentales, especialistas y autoridades de salud coinciden en que padecer VIH-sida ha dejado de ser una sentencia de muerte, para convertirse en una enfermedad crónica controlable, como el cáncer o la diabetes.
En los inicios del llamado “mal del siglo”, la esperanza de vida de una persona con el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH), era de 10 a 15 años. Ahora es de más de 30 años.
100 mil mexicanos muertos
A tres décadas del descubrimiento del VIH en el mundo, en México han fallecido alrededor de 100 mil personas, se calcula que 225 mil viven con este virus, aún incurable, y de ellas, 84% ignora que lo porta y sólo 67 mil toman antirretrovirales.
Cifras de la Secretaría de Salud reportan que 32% de la población con VIH tiene menos de 25 años de edad. Es un padecimiento que se ha concentrado en hombres que tienen sexo con hombres, trabajadoras sexuales y usuarios de drogas inyectables. Aunque organizaciones advierten que comienza a extenderse a otros grupos, como las amas de casa.
Para José Antonio Izazola Licea, director del Centro Nacional para la Prevención y Control del VIH-sida (Censida), en 30 años han pasado de tener una enfermedad mortal, a una controlable y no letal.
Recuerda que fue en junio de 1981 cuando se publica por primera vez en el boletín de morbilidad y mortalidad semanal de los Centros de Prevención y Control de Enfermedades de Estados Unidos, casos inusuales de neumonía en jóvenes previamente sanos. Se trataba de cinco homosexuales.
Fue en 1983, dice, cuando se diagnosticó el primer caso de sida en México, localizado en el Instituto Nacional de la Nutrición; para abril de 1985, agrega el especialista, ya había 38 casos y para agosto del mismo año eran 68, y después se fueron sumando miles.
Antes, reconoce, los portadores del virus se morían porque el impacto sicológico era tremendo; ahora la calidad de vida ha cambiado radicalmente gracias al éxito de la investigación, “porque de tener una enfermedad nueva y desconocida, ahora tenemos una enfermedad controlable, aunque todavía no hay cura, pero sabemos cómo se transmite y cómo se previene”.
Considerado uno de los primeros expertos que trabajaron en la lucha contra el VIH-sida en México —en 1985 inició el programa de VIH-sida en la Dirección General de Epidemiología de la Secretaría de Salud—, Izazola Licea ubica a 1996 como la fecha en que llegaron los primeros innovadores de la proteasa (antirretrovirales combinados) que podían prolongar la esperanza de vida de los pacientes.
Actualmente, dice, hay más de 35 claves de medicamentos antirretrovirales que se pueden combinar y son utilizados para inhibir al virus. No obstante, aclara, que el que haya tratamiento antirretroviral que es bastante bueno, no es mejor que evitar vivir con VIH.
Sin tantas pastillas
Al principio, Gerardo Cabrera tomaba “un coctel de entre 14 y 15 pastillas diarias”, otros, dice, tomaban hasta 25; actualmente hay tratamientos antirretrovirales de una a cuatro pastillas.
“Tomárselas no era nada fácil, por su tamaño y sabor. Algunas tenían que estar en refrigeración y cuando la familia no sabía de que uno era portador —en mi caso siempre lo supieron desde un inicio— era angustiante tratar de esconderlas y que no se dieran cuenta”, dice.
Asegura que si bien los antirretrovirales te dan beneficios, también a largo plazo te dan otros problemas como dolores de cabeza, náuseas y reducción de grasa en diferentes partes del cuerpo, ya sea en piernas, brazos y nalgas, o acumulación de grasa que origina joroba o papada.
Sobre la inversión que se destina para la compra de antirretrovirales, el responsable del Censida adelanta que para este año y principios del próximo, se gastaran 2 mil 100 millones de pesos para atender a 40 mil pacientes del Seguro Popular, sin contar los 25 mil que tiene el IMSS y el ISSSTE.
De estos pacientes, detalla, 80% utiliza medicamentos comunes y de menor toxicidad; 15%, de segunda línea, debido a que ya desarrollaron cierto grado de resistencia previa; y 5% usa un esquema de rescate.
Sobre las denuncias de desabasto de medicamentos, José Antonio Izazola descarta que lo haya, aunque reconoce que hay almacenes que han llegado a su “mínimo histórico”.
El funcionario se defiende y argumenta que las empresas farmacéuticas no pueden traer todo el medicamento, pues se compra más de un millón 600 mil cajas o frascos, por lo que pide a todos hacer un esfuerzo.
Reconoce que hay dificultades administrativas, pero el medicamento es importante, “y si un paciente lo tiene por una semana, pues tiene que ser el esfuerzo por venir a la siguiente semana por su medicina”.
Martín Luna, responsable del Centro de Atención a Personas con Sida, que tiene 23 años trabajando en este tema, asegura que el movimiento generado por las organizaciones civiles ha sido “punta de lanza” para otras enfermedades en cuestión de mejoras en atención, acceso y cobertura a tratamientos.
Hay avances, reconoce, pero aun retos como dar mayor información sobre lo que es esta enfermedad para prevenir más contagios, así como atender otros grupos de la población donde la epidemia está creciendo. En la actualidad, 30% del total de casos que se registran en el país son de mujeres.
Contra la discriminación
Gerardo recuerda que cuando le dijeron que tenía VIH pensó que él era el único, pero al integrarse a los grupos de ayuda y visitar hospitales se dio cuenta que no estaba sólo, sino que eran muchos los que estaban igual que él.
A la primera que le dijo fue a su mamá: “Tengo sida y me voy a morir en tres meses”. Después de recibir toda la información –recuerda¬– regrese a aclararle de lo que era esta enfermedad. Pero para mi familia –comenta Gerardo– fue más difícil aceptar que era un hombre gay, a que viviera con VIH”.
Ahora, él es uno de los muchos activistas que están convencidos de que viven gracias a la lucha de miles de personas con VIH que, como él, se agruparon para trabajar y dar una información veraz de la enfermedad y que salieron a las calles a demandar atención médica y acceso a los tratamientos antirretrovirales, “porque la gente se estaba muriendo y era necesario modificar la situación del VIH en México”, afirma.
Gracias, reitera, a muchos de los pacientes que quedaron en el camino, el panorama en México es distinto al de hace 30 años cuando se descubrió el virus. Aunque la lucha aún sigue. En particular contra la no discriminación.

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